La luz entra en mi cuarto, iluminándolo desganada. Mis manos, ya de por sí frías al tacto, están congeladas en esta tarde de abril. Con la última nota del segundo trimestre, se cierra un ciclo frenético, acelerado, que me ha llevado a empujones de los brazos del invierno (con su azul pálido y su sensualidad fría) a los pies de una estación que no acaba de despuntar todavía.
En esta tarde helada, algún triste podría preguntarse si no será que la primavera ha muerto antes de acabar de nacer; si no nos esperan tres meses más de invierno antes de que llegue el verano ansiado y aún lejano -tan lejano-.
No, la primavera está aquí. Tú lo sabes: la has acunado en tus brazos y te ha acunado a su vez en esas noches de intimidad y risas. Esta semana está haciendo que olvides todo eso y te plantees, como ese pobre triste, si volverás a sentir tus manos caldeadas posarse en la piel deseada y ahora distante -como el verano-.
No tengo respuestas. Evito, quizá por eso, hacerme preguntas, y no siento el menor deseo de hacértelas a ti. Prefiero el silencio tranquilo, arrullado por la recompensa del reconocimiento al esfuerzo realizado. El silencio que subyace a las palabras que buscan reconfortarme y a las bromas bien dirigidas, un silencio que rebosa amistad y buenas vibraciones.
La primavera está aquí,
al otro lado de mi ventana.
Ojalá pronto invada mi cuarto
y, de paso, mi alma silenciada.
1 comentario:
Manos frias, congeladas siempre....pero una forma de expresarse calida. Me encanta. Un besazo
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