Tres meses después, el trabajo en la tienda llega a su fin. Inevitable y triste.
Dulce rutina, ¿eh?
Es momento de comenzar con nuevos rituales, manías nunca antes sufridas, placeres que haremos nacer para sentirnos mejor: ¿nueva marca de tabaco? ¿café o té después de cenar? ¿Piti en el balcón o en la terraza?
Nuevo año escolar. Pues vaya.
Echaré de menos muchas cosas vividas este verano. A mi compañera de alma, de juegos y de almacén; a mis amigas en la tienda; ¿incluso los encontronazos con el jefe? Supongo que eso será fácilmente olvidable.
Este verano me he enseñado una lección que, para mí, es importante: la felicidad consiste, en gran medida, en poder hacer lo que quieras, y no tanto en realmente hacerlo.
Me siento triste, y no sólo por no haber podido ir aquí o allá. Al menos, no sólo por eso. Noto que ya se me escapa todo, que se me hace tarde para, que no llego a. Me reconforta quedar con él y ella, con ellas, y con ellos también. Con esos pocos núcleos de seguridad que aún conservo: amistades terribles, grandes o inmensas. Depende de con quién.
Me da miedo pensar que la amistad pueda ser como el verano. Que empiece siendo cálida, con cielos azules y un sol radiante; que continúe con mucha luz y breves lapsos de noche; y, al final, como todo, empiece a marchitarse. Qué jodido.
Qué jodido, triste y ¿real?
2 comentarios:
Es tan real como que las hojas de los arboles se caen en otoño por eso los amigos son muy pocos...
Besos
Ésa es la verdadera experiencia de la libertad: tener lo más importante del mundo, sin poseerlo. Muacs!
Publicar un comentario